50 aniversario

Isla del Coco

Un día mientras estaba en Atenas, recibí una invitación que cambiaría el rumbo de mis planes: la Fundación Misión Tiburón me convocaba a participar en su próxima expedición a la mítica Isla del Coco. Para cualquier buzo, este lugar es un paraíso inalcanzable. Sus aguas albergan una biodiversidad única, pero los costos para visitar este Parque Nacional Patrimonio de la Humanidad convierten el sueño en una utopía para muchos. Así que, ante esta oportunidad, no dudé en aceptar de inmediato.

En ese momento, ya tenía reservado un itinerario por Turquía, pero la fecha de inicio de la expedición me obligaba a acortar mi viaje. Lo que siguió fue una travesía contrarreloj: en 27 horas crucé varios países para regresar a Costa Rica justo a tiempo. El 24 de agosto, partimos desde San José hacia Puntarenas, donde nos embarcamos en el Agressor II rumbo al Pacífico. Sería nuestra casa flotante durante tres semanas. Los primeros tres días de navegación hasta la isla me sirvieron como tiempo de descompresión tras el vuelo, en preparación para las intensas jornadas de buceo que nos esperaban.

Buceo en el «mejor lugar del mundo»

La Isla del Coco ha sido reconocida como uno de los mejores lugares para bucear a nivel global, incluso por el legendario Jacques Cousteau, quien describió sus aguas como «el lugar más hermoso del mundo para bucear.» La experiencia le hace justicia a esas palabras: cada inmersión era un espectáculo de vida marina. Desde el amanecer hasta la tarde, explorábamos sus aguas ricas en biodiversidad, donde gigantes cardúmenes de tiburones martillo y tiburones sedosos nadaban majestuosamente a nuestro alrededor.

En una de esas inmersiones, viví uno de los encuentros más cercanos e impresionantes con un tiburón. La adrenalina y la fascinación fueron indescriptibles, una conexión única con estos depredadores que, lejos de la percepción que muchos tienen, son fundamentales para el equilibrio de los océanos.

La magia de un paraíso único

La Isla del Coco no es solo un destino; es una lección de humildad ante la grandeza de la naturaleza. Sus imponentes paisajes, tanto fuera como dentro del agua, son un recordatorio de la importancia de conservar estos espacios. Cada buceo y cada atardecer en este rincón remoto del planeta se grabaron en mi memoria, como testimonio de que los sueños, a veces, se vuelven realidad.

Este viaje no fue solo una aventura, sino una oportunidad de sumergirme en el corazón de un ecosistema vibrante y conectarme con uno de los tesoros más preciados del océano.

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