Grecia me cautivó incluso antes de poner un pie en su tierra. Desde la ventanilla del avión, las playas se extendían como promesas de momentos deliciosos bajo el sol. Regresar al mar, en un clima que recordaba tanto al nuestro, fue un abrazo cálido y familiar.
Las similitudes no se hicieron esperar. En el aeropuerto, mi bienvenida vino con un toque inesperado: la música de Bob Marley sonando con fuerza. Sin poder evitarlo, solté un comentario en voz alta, y un joven griego, simpático y con una sonrisa que irradiaba buena vibra, respondió con entusiasmo: «¡En Grecia nos encanta Bob Marley!»
Ese instante me dejó claro algo que se repetiría a lo largo de mi viaje: el carisma y la amabilidad de los griegos son tan contagiosos como su amor por la música. Fue el comienzo ideal de un viaje por un país que, con su rica historia, sus playas y la calidez de su gente, logró cautivarme por completo.
Grecia no solo enamora por sus paisajes y su cultura, sino que también inspira a moverse. Me impresionó ver a tantos griegos, incluso adultos mayores, en excelente forma física. Los antiguos griegos consideraban el ejercicio como una herramienta para el desarrollo del ser humano, y lo practicaban por motivos de salud, diversión y para simbolizar la civilización. Estar aquí era un recordatorio constante de que cuidar el cuerpo también es un tributo a la vida, y yo no podía quedarme atrás.
En Atenas, decidí incorporar una rutina matutina que se convirtió en uno de mis momentos favoritos del día. Desde mi hospedaje en la avenida Kallirrois, salía a correr con un destino claro: el Estadio Panathinaikó, un impresionante estadio olímpico, hecho de mármol, donde se celebraron las primeras Olimpiadas Modernas.
Desde allí, continuaba mi recorrido hacia el majestuoso Templo de Zeus Olímpico. Y, como si la historia y la mitología no fueran suficiente combustible, cerraba mi ruta ascendiendo hasta la Acrópolis, donde las vistas de Atenas me llenaban de una mezcla de gratitud y asombro. Este pequeño ritual no solo me conectaba con el lugar, sino también conmigo mismo, convirtiéndose en un homenaje diario a la belleza de moverme en un escenario tan icónico.
Atenas: entre lo antiguo y lo moderno
Atenas no solo es un museo viviente de joyas históricas y arquitectónicas; también es una ciudad moderna, vibrante y llena de vida. Decidí perderme en sus calles comerciales, explorando tiendas especializadas que parecían tener de todo, desde objetos únicos hasta tecnología avanzada.
Entre locales de diseño y pequeñas boutiques, lo que realmente llamó mi atención fue el arte callejero. Los rincones de Atenas son un lienzo gigantesco donde artistas urbanos plasman su creatividad. Algunas obras eran pura protesta, otras poesía visual, y muchas simplemente un estallido de color y energía. Era imposible no detenerse a admirarlas, como si cada esquina guardara una sorpresa.
Fue en medio de este recorrido que tuve un golpe de suerte: encontré el controlador MIDI que llevaba tiempo buscando. Un hallazgo inesperado pero perfecto, que hizo que mi aventura por el lado moderno de Atenas fuera aún más especial.
Atenas es así, un espacio donde lo antiguo y lo contemporáneo coexisten, creando una mezcla única que te invita a descubrir, explorar y dejarte sorprender en cada paso.
Ágora, el mercado de las pulgas: un viaje al corazón de Atenas
El antiguo mercado de las pulgas de Atenas es un universo en sí mismo, un lugar donde el pasado y el presente se entrelazan en un caos fascinante. El Ágora de Atenas fue el corazón político, social, comercial y cultural de la antigua ciudad durante la época clásica (siglos V-IV a.C.). Este espacio abierto era un punto de encuentro para los ciudadanos, donde se realizaban actividades tan variadas como debates políticos, juicios, festivales religiosos y comercio.
En el espíritu de sus orígenes, el mercado de pulgas en la zona de Monastiraki, cercano al Ágora, continúa esa tradición de intercambio cultural y comercial. Recorrer sus estrechas y bulliciosas callejuelas es como adentrarse en una historia viva, llena de colores, sonidos y olores que despiertan los sentidos.
Este mercado, cargado de energía, parece tener vida propia. Entre sus rincones, uno puede encontrar de todo: antigüedades, artesanías, ropa, libros y objetos únicos que parecen susurrar historias de otros tiempos. Saber que esas mismas calles fueron transitadas por el desafiante filósofo ateo Diógenes de Sinope, con su mirada crítica y su espíritu indomable, añade una capa especial de significado a la experiencia.
Llevaba mucho tiempo sin encontrar ropa que realmente me emocionara, pero fue aquí, en este vibrante rincón de Atenas, donde hallé las piezas que me definieron durante el resto de mi viaje. Entre el bullicio y la energía de los vendedores, descubrí mis camisas y mi pantalón favoritos, prendas que no solo se sentían perfectas, sino que también llevaban consigo el espíritu de este lugar tan especial.
Una noche bajo la Acrópolis
Con un guardarropa renovado, acorde al estilo casual pero elegante de los griegos, decidí explorar la vida nocturna de Atenas. Mi primera parada fue el Attic Urban Rooftop, un restaurante en la terraza de un edificio con una vista que roba el aliento. Desde allí, la Acrópolis iluminada parecía flotar sobre la ciudad, como una guardiana eterna de los barrios que se extienden a sus pies.
El Attic no solo es conocido por su ubicación privilegiada, sino también por sus cocteles especializados. Pedí uno que combinaba sabores cítricos con humo. La mezcla de buena música, una brisa templada y la magia del lugar me puso en el mood perfecto para la noche que apenas comenzaba.
De ahí, la ciudad me invitó a un recorrido por bares escondidos en calles estrechas, terrazas llenas de risas y locales vibrantes donde la música nunca paraba. Dejé que el ambiente me guiara, y así, de trago en trago, terminé en una discoteca en el barrio de Keramikos, un lugar con un aire alternativo y energía desbordante.
La música me atrapó, aquí la fiesta se arma con sonidos que nunca había escuchado, en los parlantes rebotaba BUM BUM / محمد رمضان – رايحين نسهر de Mohamed Ramadan anunciando que nos quedaríamos despiertos hasta tarde, me fascinó, y antes de darme cuenta, salí de la discoteca a las seis de la mañana. La ciudad despertaba lentamente, mientras yo regresaba a mi hospedaje con el corazón lleno, una sonrisa cómplice y la sensación de haber vivido una noche inolvidable en Atenas.
Alimos: un respiro junto al mar
Mientras estaba en Grecia, recibí la invitación de Misión Tiburón para participar en una expedición a la Isla del Coco, lo que significaba que no tendría tiempo de visitar la famosa isla de Mykonos. Sin embargo, aún me quedaban unos días y podía disfrutar de la costa de Alimos, un lugar encantador a solo 20 minutos de Atenas.
Alimos resultó ser el descanso perfecto después de la intensidad de la ciudad. Me sumergí en el mar por primera vez en mucho tiempo, y fue un reencuentro hermoso con el agua que me llenó de energía. Las mañanas las pasaba corriendo por la playa de lado a lado, descubriendo rincones solitarios que pronto sentí como propios.
En uno de mis paseos, probé el Mati Fortuna, un vino griego de la región de Kalamata que me sorprendió. No sé de vinos, nunca recuerdo marcas, pero recuerdo ese porque me gustó mucho.
La estancia en Alimos fue corta, pero suficiente para recargar energías y cerrar un capítulo antes de partir. Mis planes habían cambiado, y debía seguir adelante, moviéndome rápido.
Atenas me dejó con la promesa de regresar y explorar más, pero era hora de dejar atrás Europa y comenzar una nueva etapa de viaje, esta vez hacia el Medio Oriente, ingresando por Estambul, Turquía.