50 aniversario

İstanbul

Turquía era mi atisbo al Medio Oriente, y tengo que confesar que estaba un poco nervioso. Durante mi paso por Europa encontré algunas dificultades en países donde la mayoría de los ciudadanos no habla más que su idioma, o no tiene la voluntad de tratar de comunicarse con los visitantes.

Pero Estambul borró mis preocupaciones casi inmediatamente, comenzando por el personal de Turkish Airlines, que destacó por su amabilidad. Del aeropuerto me fui directo a mi hospedaje ubicado en la calle Elmadağ del barrio İnönü, y caí dormido inmediatamente.

Despertando al sonido del adhan

A primera hora, el canto Fajr (Sabah Namazı) o llamado a la oración, reproducido en parlantes por toda la ciudad, me despertó en un nuevo universo. Estos cantos, conocidos como adhan o ezan en turco, son una invitación a los musulmanes a realizar las cinco oraciones diarias obligatorias (salat).

Salté de la cama y salí a explorar. Elmadağ es una calle tranquila, pero hacia el este se encuentra con Cumhuriyet Cd, una avenida donde los aromas de las especias, el café turco y las delicias locales te envuelven. En Beyoğlu – Elmadağ tuve mi primer encuentro con las lokum (delicias turcas), un universo de colores y sabores que parecían sacados de un cuento de hadas.

La Historia vive en cada esquina

Caminar por las calles de Estambul es recorrer la Historia de la Humanidad. Esta ciudad, que alguna vez fue Bizancio y luego Constantinopla, es un mosaico de culturas, imperios y tradiciones. En cada esquina, las capas de historia se superponen: desde las murallas de la antigua Constantinopla hasta los bazares repletos de vida.

Sin embargo, no todo es perfecto: los taxis son un verdadero desafío. La tarifa regulada parece un concepto desconocido para algunos conductores. Por eso, si visitas la ciudad, te recomiendo utilizar el transporte público o aplicaciones móviles para moverte de manera más económica.

Con el ritmo vibrante de Estambul, me dirigí hacia el oeste en busca del Puente Haliç, que divide el histórico Cuerno de Oro y conecta la ciudad antigua con la nueva. Cruzarlo fue como atravesar un portal hacia los siglos pasados, donde me esperaban algunos de los tesoros más icónicos de Turquía.

Una visita a las mezquitas

Cúpula de Santa Sofía

El corazón espiritual de Estambul late en sus mezquitas. Mi primera parada fue la Plaza Sultanahmet, hogar de la emblemática Mezquita Azul (Sultanahmet Camii) y Santa Sofía (Ayasofya), dos joyas arquitectónicas que representan las conexiones y tensiones entre el Islam y el Cristianismo a lo largo de los siglos.

La Mezquita Azul, construida en el siglo XVII, debe su nombre a los más de 20,000 azulejos que decoran su interior. Su grandiosa cúpula y sus minaretes parecen competir con el cielo. En contraste, Santa Sofía, que pasó de ser una basílica bizantina a una mezquita y luego a un museo (y nuevamente a una mezquita en 2020), te envuelve con su imponente cúpula y mosaicos dorados que cuentan historias de fe y poder.

Entre las visitas, me perdí en el Gran Bazar (Kapalıçarşı), uno de los mercados más antiguos y grandes del mundo. Allí, los comerciantes te invitan a probar sus tés y regatear, una experiencia que es tanto cultural como comercial.

La música como puente universal

En mi exploración por Estambul, descubrí un lugar que cualquier amante de la música debería visitar: Sala Muzik, ubicada entre los vibrantes barrios de Beyoğlu y Karaköy. Este pequeño santuario musical es mucho más que una tienda; es un espacio donde se respira la tradición y se celebra la conexión entre las culturas a través del arte sonoro.

La tienda es un santuario para la música tradicional de Turquía, ofreciendo instrumentos como el ney (una flauta tradicional), el kanun (un instrumento de cuerdas) y el bağlama (también conocido como saz), que es el alma de la música turca y de los Balcanes. Sin embargo, lo que más me fascinó fue el Shaglamá, una mezcla innovadora entre el tradicional bağlama y una guitarra eléctrica. Este híbrido, que combina la sonoridad microtonal de la música oriental con la versatilidad de la música moderna, representa perfectamente el espíritu de Estambul: un puente entre lo antiguo y lo nuevo.

En Sala Muzik tuve el privilegio de conocer a Müslüm Aktaş, un talentoso multiinstrumentista que es un apasionado embajador de la música turca. Müslüm me invitó a tomar un bağlama de las vitrinas para improvisar juntos. A pesar de no dominar el instrumento, me dejé guiar por sus acordes y escalas, descubriendo el fascinante universo de los microtonos que caracterizan la música oriental. Aunque nuestras palabras eran pocas y limitadas por el idioma, la música se encargó de eliminar cualquier barrera.

Un compañero de viaje inesperado

No pude resistir la tentación de llevarme un bağlama como recuerdo de este encuentro y como un compromiso personal de aprender este instrumento tan representativo de la cultura turca. Cada detalle de mi bağlama, desde la madera hasta las cuerdas perfectamente tensadas, cuenta una historia de dedicación y respeto por la tradición.

El bağlama no solo se convirtió en un nuevo compañero de viaje, sino también en un recordatorio de la conexión humana que puede surgir a través de la música. Hasta el día de hoy, sigo en contacto con Müslüm Aktaş, e incluso hemos colaborado musicalmente a pesar de la distancia.

Estambul me había conquistado con su majestuosidad y su gente cálida, dejando en mí una huella profunda. Para honrar esta conexión, decidí llevarme un pequeño recuerdo eterno: un tatuaje del Ojo Turco, símbolo protector que, según la tradición, aleja las malas energías y atrae buena fortuna. Con este último gesto, me despedí de esta ciudad fascinante. Nuestro viaje continuaría hacia la mágica y mítica región de Capadocia.

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