Confieso que, después de París, me tomó un ratito acostumbrarme a Roma. Pasar de la elegancia ordenada de la Ciudad de la Luz al caos encantador de la Ciudad Eterna fue como cambiar de ritmo en una canción, pero, una vez que asimilé el cambio, adoré cada segundo.
Roma no se ganó mi corazón a primera vista, sino a primer bocado. La ciudad entró en mi alma a través de mi estómago. Cada plato era una carta de amor: la simplicidad sublime de un cacio e pepe, la frescura de una bruschetta perfectamente tostada, o el abrazo cálido de una carbonara auténtica que parecía derretirse en la boca.
Caminar por Roma es como recorrer un museo infinito al aire libre, pero para mí, cada paseo terminaba con una parada estratégica en una trattoria o una gelateria. Fue en esos momentos cuando descubrí que Roma no se explica, se saborea.
Al final, entendí que esta ciudad no busca impresionarte con perfección, sino conquistarte con su carácter. Y lo logra, bocado a bocado.
El Coliseo
Una de las primeras paradas en mi recorrido por Roma fue el imponente Coliseo, un lugar que parece detener el tiempo. Esta maravilla arquitectónica, inaugurada en el año 80 d.C. por el emperador Tito, es un testimonio de la grandeza y complejidad del Imperio Romano. Construido para albergar hasta 50,000 espectadores, era el escenario de combates de gladiadores, cacerías de animales exóticos, y espectáculos grandiosos diseñados para entretener y mostrar el poder de Roma.
Al caminar por sus arcos y contemplar su inmensidad, es fácil imaginar el rugido de la multitud y la adrenalina de los combates. Sin embargo, también resulta impactante pensar en las historias humanas que ocurrieron aquí, en este lugar donde el entretenimiento estaba entrelazado con la brutalidad.
El Vaticano
Visitar el Vaticano fue una experiencia de contrastes. Como ateo, no puedo evitar tener una visión crítica sobre la institución, que, a lo largo de la historia, ha sido tanto cuna de arte como de controversias, escándalos y corrupción. Mi mirada a este centro de poder religioso es difícil de separar de las críticas que han surgido en torno a sus líderes y a su influencia a nivel mundial. A pesar de esto, decidí explorar sus museos y la riqueza de su patrimonio artístico y cultural.
Sin embargo, mi visión sobre el Vaticano sigue siendo la misma. La religión me parece una fuente de división y opresión, y su historia ha estado marcada por episodios que han generado sufrimiento y desprecio. No puedo ignorar ni perdonar las injusticias y las tragedias que ocurren en su nombre.
Visitar el Vaticano fue, en última instancia, un recordatorio de cómo lo humano es capaz de crear tanto belleza como oscuridad.
Una pequeño tributo a Baco
Después de unos días explorando la Roma diurna, estaba listo para descubrir su vida nocturna, esa que promete una mezcla embriagadora de historia, caos y hedonismo. Me estaba alojando en la calle Mario Menghini, del barrio Appio Latino, una zona residencial ubicada al sureste del centro, conocida por su ambiente tranquilo, así que si quería irme de fiesta en la Ciudad Eterna, tenía que viajar casi una hora hasta el Centro Histórico de Roma.
Decidí caminar por varios barrios en busca de algún lugar interesante para empezar la noche, y fue entonces cuando algo llamó mi atención: afiches con imágenes de guerreros romanos, diseñados con un estilo moderno y perturbadoramente atractivo. Al indagar un poco más, descubrí que eran propaganda de grupos fascistas. Roma no solo es una ciudad donde la historia está tallada en piedra, es un espejo donde el pasado y el presente coexisten, para bien y para mal.
Pero nada iba a detener mi recorrido nocturno por Roma, así que decidí ir a buscar un área donde pudiera comer, beber y donde pudiera conocer varios lugares caminando sin mucha complicación.
El corazón de Roma me recibió con su espectáculo habitual: luces doradas, plazas repletas de conversaciones y bares que parecían vibrar con su propia energía. Mi destino era un pequeño restaurante en la Piazza del Fico. Pedí un plato sencillo, una copa de vino, y me permití absorber el espectáculo de la vida nocturna romana. Aquí la comida no es solo alimento; es parte de una conversación más amplia entre el lugar y quienes lo habitan.
Mi siguiente parada fue el Drink Art Gallery donde conocí a una pareja de holandeses que al igual que yo, se habían rendido al magnetismo de la ciudad. Nos cagamos de risa toda la noche, pero al despedirnos, decidí que aún no era mi hora de dormir.
Continué mi Vía crucis por aquellas calles empedradas y llenas de historia, haciendo una estación en cada bar que encontré, pasé frente a Santa Maria della Pace y cerca estaban dos chicas italianas cantando a pleno pulmón la versión original de Maledetta Primavera de una manera tan sentida como en Latinoamérica se canta la versión en español de Yuri. La nostalgia tenía muchos idiomas, pero la emoción es universal.
Yo, como Roma, me negaba a dormir, quería continuar mi pequeño Banacal. En algún bar conocí a un caballero peruano que tenía muchos años de vivir en Italia, con quien tuve una muy interesante conversación y me recomendó Eumeswil de Ernst Jünger, un libro que describe al “anarca,” ese individuo que vive en libertad interior, sin dejarse atrapar por las cadenas del mundo. Nos despedimos con un fuerte abrazo, como se despiden amigos que no se han visto en mucho tiempo y no saben si volverán a verse.
Continué mi camino hasta la Piazza Navona, donde me encontré con la Fontana del Nettuno y el Obelisco Agonale. Ya habían cerrado todos los bares, eran las 3 de la mañana y los pocos sobrevivientes sonambuleámos Roma buscando desesperadamente un taxi para regresar a casa. La mejor opción era la Piazza delle Cinque Lune, ahí después de esperar por un rato, encontré por fin uno desocupado, y aunque me alegró salvarme de pasar la noche a la interperie romana, aún me esperaba una hora de viaje antes de poder acostarme.
Roma me dejó exhausto, fascinado y, sobre todo, agradecido por esas noches en las que la vida, con toda su imprevisibilidad, se siente más viva que nunca.
No podría dormir mucho, en unas horas la aventura continuaría en Atenas, Grecia.