Borrachera en La Habana: Un encuentro con la voz oculta de la Revolución
Era tarde en el arrabal de Miramar, en la vibrante ciudad de La Habana, y mi estómago reclamaba atención. Siguiendo el rastro de los aromas, me dejé llevar hasta el primer restaurante que encontré. Allí, sin muchas pretensiones, pedí cualquier cosa para comer y una cerveza bien fría.
Sin embargo, por esas cosas de las causas y los azares, el destino tenía otros planes, pues un anciano de aspecto extranjero, de alma inquieta y risa cálida, me abordó en un fluido inglés. Entre risas y generosas libaciones, el anciano germano insistía en presentarme a su anfitrión cubano, un viejo amigo suyo que había militado en los convulsos tiempos de la Revolución.
Sin más preámbulos, las botellas se vaciaron una tras otra, mientras las anécdotas, como corales centenarios, emergían del océano de la memoria. Y así me encontré súbitamente sumergido en la casa del mismísimo Ciro del Río, eminente figura que había sido uno de los artífices de Radio Rebelde, la voz clandestina que ondeaba en las sombras de la Revolución Cubana, bajo el mando del icónico Ernesto “El Che” Guevara.
Estaba frente a mí una leyenda, pues durante los alzamientos armados de los años cincuenta, Ciro forjó una intrépida red de radios secretas para esparcir el mensaje de lucha de Fidel Castro en las montañas, enfrentando con audacia la dictadura brutal de Fulgencio Batista.
El eco de Radio Rebelde reverberó en la historia, cambiando el curso de la Revolución y de Cuba misma, al expandir el clamor insurgente a cada rincón del país. Incluso Fidel, en su libro “La Victoria Estratégica”, hizo mención de él, honrando su contribución esencial. Y allí, inesperadamente, me hallaba yo, ebrio hasta la médula, frente a este tesoro histórico encarnado en una persona.
Junto al viejo alemán, quien atesoraba sus propias historias fascinantes, cerraba el grupo un austriaco de edad venerable pero con tanta energía como el resto del grupo. Todos pasamos la noche en desenfrenada camaradería. Los ecos de nuestras carcajadas llenaban el aire, y la reserva de licor se extinguía alegremente. Pero con el amanecer acercándose, comprendí a regañadientes que debía encontrar una conexión a Internet y cumplir con mi rutina cotidiana.
Así, bajo el primer rayo de sol, mientras me tambaleaba por las calles de La Habana, me topé con un vendedor ambulante que ofrecía tesoros literarios de segunda mano. Compartimos un cigarrillo y, en un arranque de curiosidad, pregunté por “La Victoria Estratégica”. Para mi sorpresa el hombre me informó que tenía ese libro en su casa, por lo que acordamos encontrarnos nuevamente en unas horas.
Volví a la casa donde me estaba hospedando, pero las horas pasaron en un parpadeo y al escuchar los pasos del librero salté fuera de la cama sin haber dormido realmente. Con el libro en mis manos, me adentré en las páginas y ahí, inmortalizado en la memoria de Fidel Castro, encontré el nombre de Ciro del Río, mi anfitrión cubano, y aún medio aturdido por la embriaguez de la noche, recordé que este personaje histórico me había concedido una entervista para esa misma mañana, ¡a esa misma hora!
Tras una vertiginosa carrera, llegué a la casa de Ciro, quien me recibió con una fresca vitalidad que contrastaba con la pesada resaca que me consumía la vida. Sin perder tiempo, entablamos una entrevista seria y reflexiva, en la que narró su historia con pasión y solemnidad.
Cuando concluyó, con una humildad asombrosa, firmó mi ejemplar del libro que contenía su gesta inmortalizada por el líder revolucionario. Nos despedimos, intercambiando chistes y abrazos que sellaron nuestro efímero pero eterno encuentro.
Una semana más tarde, el aire de Cuba se llenaría de algarabía, mientras Radio Rebelde celebraría su sexagésimo aniversario. En toda la isla, un evento de envergadura nacional honraría la memoria de Ciro del Río, reservando un lugar destacado para ese hombre que había sido partícipe y forjador de la historia misma, y con quien, por pura casualidad, terminé completamente ebrio alguna vez en La Habana.
Jenny Giron
Que fortuna del destino encontrarse con personas de esa manera! Excelente tu anécdota ! Un abrazo