Capítulo Uno: La Llegada

Capítulo Uno: La Llegada

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“Damas y caballeros, en unos minutos estaremos aterrizando en el aeropuerto internacional Juan Santamaría. La temperatura en el exterior es de 25 grados Celsius, 77 grados Fahrenheit. Se espera un clima soleado durante el día con posibilidad de lluvia durante la noche, perfecto para disfrutar de las maravillas naturales de este hermoso país. Por favor, permanezcan sentados con los cinturones abrochados hasta que la señal de cinturones desabrochados se encienda. Gracias por volar con nosotros y esperamos que disfruten su estancia en Costa Rica.”

Las palabras del capitán resonaban en la cabina del avión, trayendo consigo un aura de anticipación. Riley se aferraba al reposabrazos de su asiento, sintiendo el torrente de adrenalina recorrer sus venas. Podía escuchar el ligero zumbido de los motores del avión mezclado con el murmullo ansioso de los pasajeros. “Bueno, ya estoy aquí”, pensó para sí misma, mientras era apenas capaz de contener su emoción.

Cerró sus ojos y contempló la imagen de su vida en Estados Unidos. Las eternas jornadas de trabajo en una oficina gris de Nueva York, los interminables trayectos en el bullicioso metro, las noches solitarias en su apartamento en medio de la jungla de concreto. Estaba atrapada en una rutina sin sentido, donde cada día se desvanecía en la insignificancia de lo ordinario.

Por eso había dejado su trabajo corporativo y se había dedicado a seguir su sueño de ser una blogger de viajes. Ya había realizado y documentado varios viajes y había conseguido establecer una cantidad importante de seguidores. Sin embargo, Riley sentía que aún todo era demasiado superficial y quería algo más profundo, más real.

Costa Rica representaba una oportunidad para comenzar de nuevo, un futuro lleno de posibilidades. Con cada milla que avanzaba en el cielo, Riley se sentía más cerca de su siguiente etapa.

El sol brillaba en el horizonte cuando el avión tocó tierra en el aeropuerto, bañando la pista de aterrizaje en una luz dorada. Riley respiró hondo, inhalando profunda e intencionalmente. Este era el comienzo de una nueva aventura, y estaba lista para abrazarla con todo su ser.

La emoción de dejar atrás su vida anterior llenaba a Riley de energía y esperanza mientras se embarcaba en su viaje a Costa Rica. Había tomado una decisión radical, determinada a encontrar una vida más auténtica y significativa. Este viaje representaba su búsqueda de significado en un mundo marcado por la superficialidad y la falsedad.

Cuando por fin bajó del avión, un cosquilleo recorrió su cuerpo. Recogió su equipaje con la determinación de quien sabe que está a punto de comenzar una nueva aventura. Al salir del aeropuerto, el cálido abrazo del clima tropical la envolvió, disipando cualquier rastro de duda que pudiera haber albergado. El aire estaba impregnado con un aroma fresco y terroso.

Se dirigió hacia el estacionamiento para recoger el auto que había reservado con anticipación. Deslizándose detrás del volante, Riley desplazó sus dedos sobre la pantalla del auto y el mapa digital trazó la ruta, luego miró la mochila de su cámara, el cuero gastado por innumerables viajes, pero resistente, muy similar a ella misma.

Este viaje era diferente y Riley se había preparado especialmente. El primer paso era limpiarse internamente, dejar atrás el pasado y comenzar renovada. Para esto había reservado un espacio en un taller de sanación personal basado en medicinas y rituales ancestrales, que se llevaría a cabo en medio de la jungla y dirigido por Curtis McGowan, un reconocido gurú internacional, y autor de varios de sus libros favoritos. Había viajado hasta aquí para aprender de uno de sus ídolos.

Era indispensable estar a tiempo en el lugar de encuentro porque de ahí saldría el grupo con los guías que les llevarían en una caminata de algunas horas a través de la densa jungla, hasta el Santuario donde se llevarían a cabo la ceremonia inaugural y los talleres. Miró el tiempo estimado de viaje, no tenía ni un solo segundo que perder.

Riley se enrumbó al noreste, incorporándose a la Carretera Interamericana, hacia la costa del Pacífico. La idea de conducir por las carreteras costarricenses, rodeada de exuberante vegetación y vistas impresionantes, sumado a la falta de familiaridad con el terreno, la emocionaba más de lo que podía expresar. Pronto dejó atrás la ciudad y la carretera se abrió ante ella.

A lo lejos, las montañas se alzaban majestuosas, cubiertas de una densa capa de vegetación que parecía fundirse con el cielo. Riley se maravillaba ante la belleza natural que la rodeaba, sintiendo cómo los rayos del sol acariciaban su piel y el aire fresco del campo revitalizaba sus sentidos, dejándola sin aliento ante la magnificencia de la naturaleza.

Sin embargo, a medida que avanzaba por la carretera, un sentimiento de inquietud comenzó a crecer en el fondo de su mente. El tiempo parecía deslizarse entre sus dedos, y la certeza de llegar a tiempo a la ceremonia se volvía cada vez más incierta. Riley apretó el volante con fuerza, dispuesta a enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.

De repente, una densa masa de nubes se cernió sobre el horizonte, oscureciendo el cielo con una amenaza inminente de tormenta. Riley apretó el acelerador, ansiosa por llegar a su destino antes de que estallara el aguacero. Pero el destino de Riley tomó un giro inesperado cuando se encontró con un atasco de tráfico que bloqueaba su camino, una muralla de autos inmóviles se extendía hasta donde alcanzaba la vista.

El corazón de Riley comenzó a latir con fuerza en su pecho mientras observaba impotente cómo los minutos seguían pasando sin que ella pudiera continuar su camino. Cada segundo perdido la acercaba más al borde del pánico, y la certeza de perder el retiro la llenaba de ansiedad. Maldiciendo en silencio el inoportuno embotellamiento de tráfico, Riley buscó desesperadamente una salida.

Su mirada recurrió instintivamente a la pantalla del GPS, rápidamente buscó una ruta alternativa y encontró un atajo que prometía evitar el tráfico. La desviación estaba a unos cuantos metros, debía dejar la carretera principal de asfalto y seguir un camino de tierra sin señalizaciones. Sin detenerse a pensarlo dos veces, Riley giró bruscamente y siguió las indicaciones del dispositivo hacia el camino menos transitado.

A medida que avanzaba por el estrecho sendero de tierra, Riley se dio cuenta de que se estaba adentrando cada vez más en la selva tropical. Un repentino aguacero convirtió los caminos de tierra en un peligroso laberinto de barro y charcos, poniendo a prueba las habilidades de manejo de Riley al límite. El chapoteo del agua bajo las ruedas del coche resonaba en el silencio de la jungla, acompañado por el estrépito de las gotas de lluvia golpeando el techo del vehículo.

Cada giro traía nuevos obstáculos: ramas caídas bloqueando el camino, ríos crecidos por la lluvia amenazando con inundar la calle por delante. El camino mismo parecía haberse convertido en un pequeño río de barro y escombros. El aroma de la tierra mojada y la vegetación exuberante se infiltraba en el interior del automóvil, mezclándose con el penetrante olor a humedad que saturaba el aire.

Pero Riley se negaba a ser disuadida. Con cada contratiempo, su determinación solo crecía. Esto no se trataba solo de llegar a su destino a tiempo; se trataba de demostrarse a sí misma que era capaz de superar cualquier desafío que se le presentara.

Con la caída del sol, la oscuridad se apoderó de la selva, volviendo el camino aún más estrecho y peligroso. A pesar de las ramas colgantes que arañaban su automóvil y las raíces que amenazaban con atrapar sus neumáticos en el barro, Riley continuaba avanzando con determinación, su mente enfocada únicamente en llegar a tiempo al Santuario.

De repente, el camino desembocó en un río tumultuoso, cuyas aguas furiosas amenazaban con barrerla con cada oleada. Riley contuvo el aliento, sus manos temblando sobre el volante mientras evaluaba la situación con rapidez. Era de noche y entre la oscuridad y la lluvia que caía, apenas alcanzaba a ver la otra orilla. No sabía qué tan profundo era el río, pero sabía que no podía permitirse retroceder, no cuando había avanzado tanto.

Con un suspiro de resignación, Riley apretó los dientes y se lanzó al agua, su coche chapoteando a través de la corriente con determinación. El rugido ensordecedor del río se intensificó a su alrededor, y el agua fría salpicaba su rostro a través de la ventana abierta. Riley sentía el frío penetrante del agua empapando sus ropas y el calor de su cuerpo luchando contra la temperatura ambiente.

Poco después de la mitad del río, el coche se detuvo de golpe, los neumáticos resbalaban en el fondo haciendo imposible avanzar. Riley pisó el acelerador a fondo y el motor rugió furioso, pero el auto continuó sin moverse. Riley apretó los dientes en medio de la oscuridad, ¡no podía quedarse atascada!

Rápidamente, Riley reevaluó su situación. El agua llegaba ya hasta la mitad de la puerta del coche, y sabía que Costa Rica tiene una sobrepoblación de cocodrilos en sus ríos, pero no podría permanecer en el coche mientras se inundaba, por lo que salió del vehículo a través de la ventana.

Odiaba estar dentro de ese río en medio de una noche lluviosa. La idea de estar hasta la cintura en el agua a oscuras era insoportable. Respiró profundamente y se inclinó hacia las llantas del coche, tras sumergir sus brazos en el agua, confirmó a tientas que la arena del fondo era demasiado suave y no lograba soportar el automóvil.

De repente, un golpe brusco bajo el agua sacudió el cuerpo de Riley, seguido por otro aún más fuerte. Su corazón dio un vuelco de pánico mientras intentaba desesperada ver a su alrededor en medio de la oscuridad. Un escalofrío de terror le recorrió la espalda al considerar la posibilidad de que un cocodrilo acechara en las profundidades oscuras. 

Riley sintió otro golpe y se lanzó a atrapar a su atacante, que resultaron ser algunas piedras y escombros arrastrados por la corriente. “¡Piedras, necesito piedras!” buscó algunas piedras grandes y las fijó bajo las ruedas buscando darles un soporte. Luego entró rápidamente al coche de nuevo por la ventana.

Después de un par de intentos infructuosos, con un grito desesperado, Riley aceleró, consiguiendo tracción por fin y logró avanzar hasta el otro lado del río, su coche empapado y chorreando agua, pero indemne. Con la adrenalina aún circulando por su cuerpo, Riley se apresuró a continuar su viaje, el retiro de yoga ahora a solo unos kilómetros de distancia.

Luego de una serie de giros y vueltas tortuosas, Riley llegó finalmente al punto de encuentro, justo a tiempo para unirse a la caminata por la jungla hacia la ceremonia de apertura. Con el corazón palpitante de emoción y alivio, aparcó su coche y se apresuró a unirse a los demás participantes que ya se habían reunido para dar comienzo a la experiencia que cambiaría sus vidas para siempre.

“Ahora sí que estamos todos. Bienvenida, señorita.” Estas palabras fueron música para Riley cuando las escuchó de Curtis McGowan, organizador del taller. Riley apenas pudo decir palabra y contener un suspiro de admiración.

Con cada respiración, Riley sabía que había tomado la decisión correcta al llegar a Costa Rica. A medida que se sumergía en la profundidad de la selva, sabía que estaba en el lugar correcto en el momento adecuado, lista para comenzar una nueva etapa en su vida. La promesa de aventura y autoexploración se extendía ante ella como un lienzo en blanco, y Riley estaba lista para escribir cada página con determinación y pasión.

El grupo se adentró en la densa vegetación de la selva, el aire estaba impregnado con el olor a tierra húmeda y a musgo, y el sonido de los animales tropicales llenaba el aire con una cacofonía de trinos y graznidos. La luz de la luna se filtraba a través del dosel de árboles, creando patrones de luz y sombra en el suelo cubierto de hojas.

El camino serpenteaba a través de la selva, ascendiendo por colinas empinadas y descendiendo por cañones profundos. A cada paso, Riley podía sentir la energía de la naturaleza palpitar a su alrededor, como si la misma selva estuviera viva y respirando. El suelo bajo sus pies estaba cubierto de una gruesa capa de hojarasca fragante, mientras las raíces retorcidas de los árboles se alzaban como antiguos guardianes del bosque.

A medida que avanzaban, el sonido del río se hizo más fuerte, el rumor constante de sus aguas creando una banda sonora constante para su caminata. Pronto llegaron a una pequeña cascada, donde el agua caía en una cortina plateada sobre las rocas pulidas por el tiempo. 

Finalmente, después de varias horas de caminata, llegaron al Santuario, un claro en la selva donde se alzaban varias cabañas de madera. El aire estaba lleno del olor de las hierbas aromáticas y las flores silvestres, y el suelo estaba salpicado de pétalos multicolores, creando una atmósfera de paz y serenidad.

Riley se sintió como si hubiera llegado a un lugar sagrado, un refugio en medio de la naturaleza donde podía reconectar consigo misma y con el mundo que la rodeaba. Se dirigió hacia una de las cabañas, sintiendo el suave crujido de las hojas bajo sus pies.

Al entrar en la cabaña, un soplo de aire fresco y perfumado la envolvió, trayendo consigo una sensación de paz y tranquilidad. Las paredes estaban decoradas con tapices coloridos y obras de arte inspiradas en la naturaleza, mientras que el suelo estaba cubierto con suaves alfombras tejidas a mano.

Riley se sentó en el suelo, cerrando los ojos y respirando profundamente el aire fresco y limpio. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió completamente en paz consigo misma y con el mundo que la rodeaba. Sabía que este era solo el comienzo de su viaje, pero también sabía que estaba en el camino correcto, lista para abrazar todas las maravillas y desafíos que la vida tenía reservadas para ella.


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