Siempre hemos sabido que los gringos son unos pendejos. No es nuevo. Un país fundado sobre esclavitud, masacres y expansión armada no podía darnos otra cosa que autoritarismo, explotación y saqueo. Galeano lo gritó con rabia lúcida en Las venas abiertas de América Latina, y no necesitó inventar nada: solo narró lo que estaba frente a todos. Pero últimamente, incluso para sus propios estándares miserables, Estados Unidos se ha superado en hijueputez.
Lo de Gaza ya no se puede esconder, ni siquiera quieren esconderlo. Ocho décadas de ocupación, apartheid y genocidio filmado en tiempo real, transmitido como reality show para redes sociales. Bombardean hospitales y asesinan niños como quien juega Call of Duty, mientras junto a su socio Israel anuncian públicamente sus planes de bienes raíces sobre la tierra arrasada y convertirla en una riviera de Medio Oriente. Vetan resoluciones en la ONU con la misma frialdad con la que han sostenido el bloqueo contra Cuba por más de medio siglo. Son los mismos verdugos de siempre, pero más descarados que nunca.
Y mientras todo eso ocurre allá, aquí —en esta isla hondureña desde donde escribo— el colonialismo gringo no es menos evidente. En Roatán, el control económico y político lo tiene el dinero estadounidense, disfrazado de inversiones y turismo. La tierra es inaccesible para la gente local. Me lo dicen con resignación los que han nacido aquí: “Ya no se puede comprar nada, todo lo tienen los gringos.” Y uno se pregunta si el despojo que le hicieron a México, o el que vemos a diario en Palestina, terminará repitiéndose aquí, disfrazado de progreso, con bandera de libertad. Porque esa es la fórmula: primero te hacen dependiente, luego te despojan, y si protestás, sos el enemigo.
Desde que comenzó lo que parece la fase final del exterminio palestino, siento que todos nos hemos vuelto peores seres humanos. Ver masacres en vivo, día tras día, barrio tras barrio, familia tras familia. Ver la destrucción completa de una nación como si fuera parte del paisaje digital. Ver y seguir. Ver y callar. Porque callamos. Porque nos hemos acostumbrado. Porque incluso aquí en esta isla que se supone latinoamericana, algunos tienen miedo de criticarlos y perder su trabajo, porque todo aquí —en estos trópicos saqueados— les pertenece a ellos. Es vivir como rehén en tu propia casa.
Y esta semana, como si no bastara, Israel ataca instalaciones nucleares en Irán. Irán responde con un bombardeo a población civil en Israel, incluyendo un hospital. Por un segundo, muchos sintieron que era una especie de justicia: por fin alguien respondía de la misma miserable forma en la que Israel ataca civiles y hospitales. Pero no. Matar civiles nunca será justicia. Si empezamos a justificar lo injustificable, nos convertiremos en ellos. Gracias a Israel y Estados Unidos, el terrorismo de Estado se ha vuelto la norma, y si lo aplaudimos, nos estamos pudriendo también.
Este es mi pequeño, sucio y simplista resumen de junio 2025. La civilización se desmorona mientras miramos el celular. Como decía Benedetti, defender la alegría es un acto de rebeldía, pero a estas alturas también es una forma de resistencia desesperada. Y sí, cada día cuesta más. Pero hay que hacerlo. Porque si no, los miserables habrán ganado.