50 aniversario

Ometepe

Ometepe, esa joya en medio del lago de Nicaragua, es una isla que te sorprende a cada paso. Formada por dos imponentes volcanes, el Concepción, siempre altivo y activo, y el Maderas, más tranquilo y cubierto de selva, la isla es un pequeño universo en sí misma.

Recorrerla es encontrarse con un mundo detenido en el tiempo, donde las familias que viven de la pesca mantienen una tradición ancestral. Madrugan para salir en sus pequeñas canoas de madera, deslizándose sobre el lago todavía en penumbra. En la costa, los niños juegan a la orilla mientras los adultos lanzan redes y preparan el pescado para el almuerzo.

Ese día, recorría la isla en un scooter y decidí detenerme para entrar al agua. Ahí, con el volcán Maderas como telón de fondo, me encontré con una familia faenando en las aguas tranquilas. El sol apenas iluminaba la cima del volcán, reflejándose en el lago como un espejo de colores dorados y plateados.

Me metí al agua con mi cámara, me acerqué y, con una sonrisa, les pedí una foto. Ellas, amables como todos en la isla, siguieron con su rutina, sacando pequeños pececillos que probablemente serían carnada para peces más grandes, y yo me quedé un rato más, observando esa escena tan simple y tan llena de vida.

Es en momentos así cuando Ometepe se revela en su esencia: una mezcla de naturaleza salvaje, volcanes milenarios y el ritmo pausado de la vida de sus habitantes.

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